Le dije que no me pasaba nada y me limité a sonreír. Me cubrí la cabeza con las manos y me escondí...Porque en ese momento era feliz y yo no quiero serlo. Porque él me hace feliz y no se lo voy a decir. Él seguía hablando y yo fingía estar atenta, si lo escuchaba y sí, disfrutaba mucho de sus cuentos, pero me quedaba en silencio hablando con mi mente, discutiendo si debía acercarme un poco más o sentarme al otro lado del restaurante. Analizaba cada uno de sus gestos y me estaba perdiendo. No me di cuenta que el tiempo empezó a correr más rápido de lo normal y -definitivamente- cuando eso pasa, es porque algo está mal.. o muy pero muy bien. Cada segundo me traía la misma respuesta: Te quieres quedar ahí, quieres que ese momento no te deje ir. Y mi cuerpo lo afirmaba con una electricidad corriendo dentro de mí que podía mantener la ciudad encendida por toda la noche.
Qué hora es? Las 9:20. Sí, de nuevo es la hora equivocada. Otra vez llegué tarde y te perdí. Te perdí a las 9:20 porque decidí perderte, te perdí porque eres mucho más de lo que mi mente puede resistir, y te perdí porque yo también me perdí.
-Ya nos vamos? Le pregunté utilizando mi instinto de sobrevivencia ante tantos ataques internos. Me tomó de la mano y en ese momento él ganó la primera batalla... Y me gustó que la gane.
Me fui alejando y cuando reaccioné ya se había ido él también.. Y que extraña sensación! Ya había olvidado lo que era luchar con tu rostro para dejar de sonreír. -Ni si quiera sé de verdad quién eres- comentaba conmigo misma mientras me iba sonriendo...